Revisita este clásico: pasa un fin de semana entre buenos cafés, museos y cálidas caminatas por callejones románticos.
Día uno Por la mañanaSí, es muy famoso y a veces hay fila afuera.
Pero también es cierto que vale la pena. El Café Conquistador sirve un fuerte latte que casi siempre habrá que pedir para llevar, pues el local es muy pequeño. Se ubica a cinco minutos a pie de la famosa Plaza de la Paz, subiendo por Juan Valle.Un tip de local es visitar la lonchería La Torta de Sancho Panza.
El restaurante, austero, sirve buenas porciones y tiene un ambiente poco turístico. La mayoría de los comensales son guanajuatenses o estudiantes de intercambio que, cuando regresen a sus países, extrañarán los chilaquiles de acá. Al menos eso me cuenta, con nostalgia anticipada, una pareja que toma clases de español a unas cuadras del centro.Justo frente a la lonchería está el Museo Casa Diego Rivera, donde el pintor vivió los primeros años de su vida.
En la planta baja tienen mobiliario y objetos auténticos de la familia y, en las plantas altas, una de las colecciones más completas de la trayectoria de Diego, con pinturas impresionistas, cubistas, las acuarelas del Popol Vuh y su inicio en el muralismo. Es una línea del tiempo muy completa que demuestra la versatilidad del artista y la manera como forjó su estilo. Por la tardeEn Las Mercedes se sirve comida mexicana de gran manufactura.
Un menú con suficientes opciones brinda un gran rango para cualquier paladar, además de los especiales, que cambian a diario. Probamos la sopa de huitlacoche, de excelente consistencia y sabor, y la lengua, una abundante porción cocinada durante 60 horas, acompañada de un coctel de mezcal con vino tinto y un postre de nuez. El restaurante está a unos 15 minutos en coche desde el centro, un poco lejos para quien quiera ir caminando porque está en una colina; precisa reservación. Día dos Por la mañanaEn esta visita nos quedamos en el Hotel 1850, un hotel boutique con ubicación inmejorable, dentro de un edificio histórico, a la vuelta del Teatro Juárez, en el cuadrante principal de esta ciudad.
Las habitaciones tienen un gran aislamiento de sonido y cada una cuenta con personalidad distinta. A destacar: la deliciosa cama, su menú de almohadas y la sensación, al despertar, de que todo es suave y cómodo.El desayuno del hotel se sirve en Casa Valadez, en el edificio contiguo; la recomendación es sentarse en la terraza que da al vivo Jardín de la Unión, con música y algo distinto pasando todos los días.
Después de desayunar hay que subir caminando a la estatua del Pípila por los callejones; la caminata toma menos de 15 minutos a paso lento.Para un antojo de mediodía visitamos La Santurrona, ubicada a un costado del Templo de San Francisco.
El ambiente desenfadado invita a tomar una cerveza artesanal local —la escena cervecera en el Bajío está creciendo, cuenta ya con buenas variedades—, agua de limón y unos tacos de jamaica con cebolla morada. Por la tardeLa Presa de la Olla, construida a finales del siglo XVIII, delimita el sureste de la ciudad.
Es una zona llena de árboles y vegetación que da la sensación de mayor amplitud y frescura que los apretados callejones del centro. Acá se llega en diez minutos desde el centro en coche.Uno de los edificios más interesantes es la Casa de la Presa, de estilo art nouveau, que alberga el restaurante El Mestizo del Mar, el café La Victoriana, además de showrooms, galerías de arte y una sala de meditación.
En La Victoriana hay una horchata fría que se puede disfrutar en el porche de la casa, escuchando de música clásica, elegida con muy buen gusto.
El expreso es otro de los estelares. Por la nocheLa Vie en Rose abrió apenas hace unos meses, pero ya se ganó un lugar distinguido con su panadería francesa: quiches, merengues, macarons, tartas y hasta el pan de caja vuela en este local del centro.
Excelente opción para tomar un café en el último piso, junto a una de sus ventanas panorámicas.