Guanajuato, momias y túneles
Es una ciudad de subterráneos románticos y esculturas, y estas se ven desde que uno llega al centro de la hermosa capital atravesando el subsuelo de túneles abovedados: en la cima de uno de los cerros que la circundan, la mole enardecida de un salvador local saluda con su antorcha de piedra, mientras que las calles más populosas están jalonadas de Quijotes (y algún Sancho Panza).
La primera estatua tiene un fundamento patriótico: Juan José de los Reyes, llamado El Pípila, realizó el 28 de septiembre de 1810 la heroicidad de incendiar, en la primera batalla de la guerra de independencia, la puerta de la Alhóndiga de Granaditas, asegurando así la toma de la ciudad.El monumento se visita, y la visita es muy recomendable, tomando el funicular a espaldas del céntrico teatro Juárez; la vista desde lo alto, apostado el visitante a los pies del coloso, resulta espectacular, sobre todo al atardecer, y si se quiere seguir la senda del Pípila es obligado ver la severa fábrica de la Alhóndiga, con los murales grandilocuentes pero llamativos del interior, hoy más museístico que mercantil.
El héroe da nombre asimismo a uno de los primeros túneles abiertos para canalizar las aguas fluviales, que fluyen por debajo a primeros del siglo XX, si bien el conjunto de esas vías subterráneas más bien hace pensar en los espacios lóbregos y suntuosos que grabó Piranesi. Las figuras callejeras de los protagonistas de la novela de Cervantes, no todas de igual mérito artístico, se deben a la profunda conexión de la ciudad con un libro, y con el frenético amor a ese libro mostrado toda su vida por Eulalio Ferrer, el republicano español exiliado en México e impulsor entre otras iniciativas del Museo Iconográfico del Quijote, que recoge en un bello palacio colonial la colección de pinturas, grabados, ediciones ilustradas y demás parafernalia quijotesca donada a la ciudad por el mecenas nacido en Santander. Se une a esa pulsión personal de Ferrer el impulso de un grupo de universitarios que empezaron en 1953 a representar al aire libre los Entremeses cervantinos, siendo ese el germen que acabaría fructificando, casi veinte años después, en la creación del Festival Internacional Cervantino, que el próximo octubre celebrará su edición número 43. Visitar Guanajuato durante el Festival Cervantino es como visitar dos ciudades, la monumental y la imaginaria, la bulliciosa y la recogida, la que llena sus calles de una multitud festiva y la que alberga en sus teatros, iglesias y auditorios académicos conciertos de cámara, ciclos de conferencias y talleres de creación escénica y musical. Acontecimiento de honda raigambre en todo México, resulta equiparable en ambición, variedad y programa al (más extenso y renombrado) de Edimburgo, habiéndose reforzado su calidad desde que, en los dos últimos años, dirige el festival el novelista Jorge Volpi, buen conocedor de la ópera y el teatro.Durante el mes que dura el festival, Guanajuato está poblada de criaturas de las ficciones sueltas y revividas por cada rincón de sus plazas.
Pero la otra, la permanente e histórica, ofrece, no solo en el perímetro de su centro predominantemente barroco, una notable cantidad de atracciones.En contraste con la nobleza altiva de los palacios, conventos y templos, los barrios populares escalonados en el circo natural de su geografía lucen radiantes con la mancha de sus colores vivos.
Entre los museos, además del ya citado, merece una visita el de Diego Rivera, nativo de Guanajuato, que dispone de una no muy extensa pero representativa colección de obra suya expuesta, con cierta teatralidad ingenua, en la casa de estilo tradicional donde nació y pasó sus primeros años. Cerca del museo está uno de los edificios más imponentes de la ciudad, la universidad, escuela-hospicio ya en el XVIII y con un interior rico en mementos que nos recuerdan que, además de ser la capital del Estado de su mismo nombre, fue temporalmente capital de la República durante el Gobierno de Benito Juárez, muy presente aún en la ciudad, a la par que el general Porfirio Díaz, otro presidente que enriqueció su patrimonio urbano y artístico. Una mina de plataHay que salir sin embargo del centro histórico para descubrir las riquezas del suelo y el poso de los muertos.
En una misma excursión, de medio día de duración, hacia el Norte, siguiendo la llamada Carretera Panorámica, se puede ver la joya arquitectónica de Guanajuato, la iglesia de San Cayetano o de la Valenciana, cuya fachada y retablos interiores en estilo churrigueresco denotan la magnanimidad de quien la hizo construir, el conde de Rul, propietario de la cercana Mina Valenciana, que fue la más rica de la zona en la extracción de plata y sigue aún operando. Después de la opulencia del templo, la mina tiene un aspecto un tanto desastrado, y por ello muy verosímil, en la visita que se permite hacer.De la famosa plata de Guanajuato, tan apreciada en la metrópoli desde que empezaron a explotarse sus yacimientos, se ve poca, excepto en algunas muestras del proceso de su obtención.
La excursión acaba en una nota fúnebre.
Aunque no soy un gran aficionado a la muerte, he de decir que las muy populares Momias de Guanajuato constituyen un espectáculo incomparable, de un patetismo lúgubre que pronto es superado por la disposición escenográfica y dramática, a veces semejante al teatro de Tadeusz Kantor, de los cientos de cadáveres momificados por la peculiar composición de la tierra local.Muchos tienen una historia que contar en su pose, en sus harapos o su anatomía, y el relato nos llega y nos conmueve.
Vicente Molina Foix es autor, junto con Luis Cremades, de El invitado amargo (Anagrama).