Ruta Capillas de Indios en Guanajuato
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El recorrido se realiza de la mano de miembros de la comunidad, actividad que resulta enriquecedora gracias a la información que se brinda en cuanto a las anécdotas, seres míticos, ritos y festividades que se llevan a cabo en cada una de las capillas.
De acuerdo con las guías, las edificaciones situadas en la cercanía del Río Laja que en el pasado fue un importante afluente cuentan en su interior con una flor de seis pétalos, figura que se dice guarda relación con el agua. Este elemento, aunado a los mencionados anteriormente, pueden apreciarse en la construcción dedicada a la Virgen de Guadalupe en la primera comunidad que encontramos a nuestro paso, Montecillo de Nieto (a 10.7 km de San Miguel de Allende, donde existe también la creencia de que hace muchos años un ser mágico llamado Chan alimentaba el ojo de agua hoy extinto que habitaba ahí.Gran parte de estas edificaciones se sitúan a la orilla de un camino de terracería en que los nopales, mezquites, huizaches y alguna cactácea delinean el paisaje que se complementa con casitas, alguna tiendita y una que otra sorpresa que delata algunos de los usos que se les dio a las capillas.
Tal es el caso de una construcción en ruinas casi oculta por una morada muy humilde, ambas propiedad de don Eustasio Ramírez, un anciano quien mencionó que ese templo -quemado, derruido, en el que se guardaba garbanzo- estaba dedicado a San José, y que el terreno lo había comprado en la década de los cuarenta. El marco de la puerta de la construcción tiene grabado: “Albañil Pedro García. Agosto 15 de 1865”.![](https://pueblosmexico.com.mx/public/img/jpg_ruta-capillas-indios-guanajuato-abr13.webp)
Durante la Colonia, parte de esta región la habitaron otomíes, quienes creían que los hechos más importantes que ocurrían en la vida de alguien eran causados por divinidades como la luna (la Madre Vieja), el sol (el Padre Viejo), las plantas u otros seres.
Adoraban al fuego y a las montañas. Entre el siglo XVIII y XIX, tras la fundación de San Miguel el Grande por fray Juan de San Miguel, en los pueblos cercanos a esta ciudad se establecieron varias capillas, las cuales captaron en su estructura e identidad, rasgos de templos de mayor dimensión, representaciones de santos o hechos propios de la religión impuesta, así como calvarios, calvaritos o humilladeros, ubicados en el exterior (de los que se dice estaban dedicados a los espíritus de quienes murieron de forma trágica y también a los que la gente suele “pedir permiso” previo a una festividad para evitar contratiempos), pero también se muestra parte de la visión indígena reflejada en las pinturas de los interiores de algunas capillas que representan “la flor de los cuatro vientos o rumbos”, que para los otomíes es el símbolo de los cuatro dioses poderosos, o bien, con la figura de Edahi, el dios del viento o representaciones del Sol y de la Luna.